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Terapia online desde el extranjero: Marta, Jessica y Juan Luis nos cuentan sus experiencias

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Terapia online desde el extranjero: Marta, Jessica y Juan Luis nos cuentan sus experiencias

La crisis y la falta de oportunidades laborales han conducido a muchas personas a la migración, a abandonar sus países de origen y buscar un futuro mejor. Por supuesto que otros lo hacen por amor, o porque la empresa en la que trabajan le ofrecen un puesto mejor en otro país. Pero, en la actualidad, la situación económica y social es la que más pesa a la hora de mudarte a un país nuevo.

Pero ¿qué pasa cuando no solo dejamos a la familia o amigos?, ¿qué pasa cuando tenemos un problema y ya no podemos acudir más al profesional que nos trataba? ¿A qué nos enfrentamos cuando estamos en un país nuevo, con un idioma diferente y con poco tiempo para buscar otro al que acudir para continuar nuestra terapia?

Qué duda cabe de que el idioma es la primera frontera a la que tenemos que hacer frente. En ocasiones nos mudamos a un nuevo país del que desconocemos la lengua. Pensamos que la aprenderemos con el tiempo, pero necesitamos ayuda y somos incapaces de hablar con un profesional allí porque no sabemos expresarnos, no sabemos cómo decirle que estamos mal, que necesitamos herramientas para superar nuestros miedos. Nos frustramos y ello incide más en nuestro malestar.

Después de la barrera del idioma, otro problema al que debemos hacer frente cuando emigramos es la soledad. Muchas veces podemos irnos en pareja, con amigos, e incluso llevarnos a toda la familia. Pero la gran mayoría de viajes al exterior por trabajo son de personas solas que cambian de país para buscar un futuro mejor, para conseguir esa oportunidad laboral que no encuentran aquí. Entonces se produce lo que los psicólogos denominan el duelo migratorio, que es un problema emocional causado por la pérdida de aquello que dejamos en nuestro país de origen, de aquello a lo que renunciamos: familia, proyectos de vida, amigos, pareja… Aunque nos vaya bien en el nuevo destino, no nos llegamos a sentir integrados completamente en la sociedad, no estamos a gusto, echamos de menos nuestro país y no somos felices, lo que influye en nuestras emociones. Los problemas de integración son muy habituales, hasta en países vecinos. La cultura y costumbres son distintas y resulta complicado dejar atrás nuestras propias costumbres. Hacer frente al duelo migratorio es otro de los retos con los que trabajan los psicólogos especializados en asistencia a emigrantes.

Las altas expectativas con las que partimos y la dura realidad que nos encontramos cuando llegamos también nos afecta. Cuando decidimos dar el paso, cuando nos embarcamos en esta aventura, pensamos que merecerá pena, que vamos a encontrar el reconocimiento profesional que buscamos. Pero muchas veces eso no es así y acabamos aceptando empleos que no tienen nada que ver con nuestra cualificación profesional o con nuestra titulación. Este golpe de realidad nos provoca descontento, malestar, rechazo, baja autoestima, inseguridad.

Por último, el rechazo cultural es otro problema más que hay que gestionar. En muchos países los inmigrantes no son bien recibidos. Provocan odio, discriminación, rechazo. Así que nos sentimos aislados del resto de la sociedad, abandonados a nuestra suerte, con problemas para hacer amigos nuevos. Por eso, la migración también afecta a nuestras relaciones sociales.

Marta, Jessica y Juan Luis son tres personas que vieron cómo, hace unos años, la inestabilidad económica y la crisis provocaron que decidieran marcharse de sus casas, de sus países, buscarse una nueva oportunidad lejos de los suyos. Algunos estaban recibiendo atención psicológica en el momento en el que se fueron a vivir al extranjero. Los tres están pasando por circunstancias que han agravado sus problemas. Estas son sus experiencias.

Marta: «Estoy sola en un nuevo país, mi ansiedad no remite y no tengo nadie a quien acudir»

Tengo 27 años y soy de Sabadell. Hace y 14 meses que me mudé a Irlanda, donde trabajo como au pair. A pesar de que estudié Economía, no encontré trabajo. Todas las empresas me pedían experiencia y mis practicas habían sido en restaurantes de comida rápida para poder complementar mi pequeña beca con ingresos extras. En casa somos tres hermanos y los tres estábamos en paro entonces, cuando decidí marcharme, además de mi madre, que era peluquera de profesión, a la que despidieron con 49 años. Ya han pasado siete años y desde entonces no encuentra nada. Así la cosa, dependíamos del escaso sueldo como taxista de mi padre. Un buen día, cansada de ser un gasto más en casa, de no encontrar trabajo, decidí irme a trabajar con una familia a Irlanda, probar como au pair para ganar algo de dinero y, sobre todo, perfeccionar el inglés. Como había estado trabajando en sitios de comida rápida, quería algo que no fuera otra vez eso, quería cambiar de aires. Por eso elegí esta opción y no busqué otros empleos en hostelería. Además, también quería buscar trabajo allí de lo mío y pensaba que con esa experiencia podría tener más problemas. Estando al cargo de unos niños en una familia me iba a resultar más fácil hacer cursos allí, formarme y buscarme un hueco para dedicarme a lo que había estudiado.

Opté por Irlanda porque es más barato vivir aquí que en Inglaterra. Dicen que los irlandeses no son tan estirados como los ingleses, que son más abiertos y amigables, pero yo no he conseguido adaptarme. Me siento muy sola. Salgo, conozco a gente, incluso me he enamorado, pero siempre acaban defraudándome. Cuando estaba en España acudía a un psicólogo porque durante unos meses sufrí ansiedad hasta tal punto que no podía dormir. No encontraba trabajo, me agobiada porque lo estábamos pasando mal y eso me generaba mucha inquietud y problemas para hacer mi vida y relacionarme entonces. Sentía mucha presión. Ahora, en Cork, donde estoy, he vuelto a sentir lo mismo y no puedo hablar con nadie, siento que esto sola y no sé dónde buscar ayuda profesional.

No se trata de que no haya psicólogos, que los hay, sino de que no me encuentro a gusto con ellos. Quizá el problema sea mío, porque evito entrar en muchos detalles, pero no me siento a gusto. Siempre he sido muy tímida, aunque sí salía y tenía amigas. Aquí confié en una persona y le conté mi problema, mi ansiedad. En vez de comprenderme, de servirme de apoyo, me dio la espalda y acabo por decepcionarme. Me demostró que la gente es muy egoísta y que aún hay perjuicios que nos acompañan a los que recibimos atención psicológica. Somos personas con problemas, complicadas, y esa fama nos persigue. Supongo que por eso me cuesta confiar de nuevo. Desde entonces, mi autoestima está por los suelos, no quiero rodearme de gente, ni salir, y me dan ataques de ansiedad. Estoy sola en un nuevo país, mi ansiedad no remite y no tengo nadie a quien acudir.

Para mí la terapia online sería una oportunidad para retomar el tratamiento que hacía en España y que parecía funcionar. Podría volver a contactar con el especialista que me veía y mantener la relación, y mejorar. Sería muy cómodo, pues no tendría que ajustar horarios ni saltarme clases de inglés. Podría conciliar mis horarios y elegir al psicólogo que tenía antes.

Jessica: «Tengo mis esperanzas puestas en el tratamiento»

Llegué a España desde Riobamba, la cuidad más importante de la provincia de Chimborazo, en Ecuador. Allá dejé a mi familia y me vine con mi esposo a Europa hace doce años buscando un futuro mejor. Vengo de una familia muy pobre así que no tengo estudios. Somos muchos hermanos y mi mamá no pudo pagarnos el colegio. Por eso, desde que era pequeña trabajo limpiando casas. Mi esposo se quedó sin trabajo y aquí la cosa pintaba muy bien, así que nos vivimos con la esperanza de formar una familia, poder mandar dinero a mi país y ser felices.

A pesar de que trabajamos y de que podemos pagar las deudas, nuestra economía es muy limitada. Hace unos años me diagnosticaron depresión. Apenas puedo ir a una consulta porque el trabajo no me deja. Tengo turnos y muchas veces me los cambian de un día para otro. Como tengo dos trabajos, casi no dispongo de horas para acudir a terapia, y cuando salgo ya es de noche, por lo que los psicólogos no están ya en su consulta y yo quiero estar con mis hijos. Además, como no tengo coche, dependo del transporte público, y viviendo en un pequeño pueblo de Toledo, eso limita mucho las cosas.

Cuando el médico me diagnosticó depresión creía que estaba bromeando. Yo sabía que estaba triste pero no pensé que era por eso. Fue la hija de la mujer a la que cuido la que me recomendó que hablara con uno, porque no era normal que estuviera todo el día llorando, triste, decaída, se me olvidaba darle la medicación y apenas tenía ganas de hablar o de hacer nada. Yo decía que estaba triste porque por esas fechas apenas veía a mi marido y a mis hijos, trabajaba en Madrid, por lo que salía muy temprano y llegaba muy tarde. Eso me generaba mucha ansiedad y tristeza, pero mi sueldo era el único seguro que llegaba a casa, así que no podíamos permitirnos hacer otra cosa. También me acuerdo de lo que dejé en mi país, de mis hermanos, de mi mamá y de que me gustaría hablar con ella y verla más a menudo.

Mi marido trabaja de vez en cuando y yo sigo yéndome a trabajar de noche y llegando de noche. Esta situación ha hecho que mi depresión empeore. Hay días que no tengo ganas de levantarme de la cama, que tiraría todo por la borda, que me rendiría. Siento que lo que he hecho no vale para nada. Hay días en los que no puedo más. Todo lo que he luchado, el viaje, el trabajo, no sirve para nada. No soy feliz, echo de menos a mi mamá, no la he visto en años y echo de menos pasar tiempo con mis hijos.

Con este horario y mis problemas no puedo acudir de manera regular a un psicólogo, por eso inicié la terapia online. Miré en internet y busqué a un profesional que ofrecía esta opción. Yo solo podía los sábados por la tarde y los domingos, pero esos días no suele haber consulta. Además, son los únicos días que puedo pasar con mis hijos.

Para mí, la terapia online se ha convertido en un modo útil de tratar mi depresión. Solo llevo una sesión, pero estoy muy ilusionada. Tengo mis esperanzas puestas en el tratamiento. Hasta ahora todo se ha desarrollado bien. El psicólogo es muy profesional y, aunque no lo parezca, la conversación que tenemos se desarrolla de manera cercana. Hemos hablado de mis problemas, de cómo me siento. Me ha preguntado desde cuándo me encuentro así. Me ha gustado mucho porque no juzga lo que me pasa o mi vida familiar, sino que intenta comprender por qué me siento así y me lo explica con palabras que puedo entender, nada de cosas técnicas que no sé qué significan.  Es muy atento y me da buenas vibraciones. Creo que, con su ayuda, podré salir del pozo en el que estoy metida, aunque el paso de las sesiones lo dirá.

José Luis: «Gracias a internet puedo hablar con un psicólogo en español y tratar mis problemas de ansiedad»

Mi historia es la de muchos en este país: obrero de la construcción, perdí mi trabajo con la crisis y tuve que emigrar. Primero estuve en Francia en la vendimia, pero, al cabo de unos meses, regresé a España, cuando la recogida terminó. Después estuve trabajando allí y allá, pero no sacaba dinero para pagar un alquiler, comer y pagar la pensión de mi hijo. Así que hace cinco meses me vine a Alemania. Leí un artículo en un periódico y pensé que, aunque fuera de friegaplatos, podría encontrar algo. Tengo 51 años y llevo toda la vida ligado a la construcción. Para los hombres de mi edad, no hay nada en España. Para los hombres como yo, sin apenas estudios, menos todavía.

Desde que me quedé en paro en 2012, porque cerró la empresa en la que llevaba trabajando casi 20 años, arrastro depresión, ansiedad, estrés, trastornos del sueño… Casi todos estos problemas a raíz de mi situación. En Granada, donde vivía, iba al psicólogo cuando podía pagarlo, que no era siempre. Por eso, aunque noté mejoría, sé que si hubiera sido más constante el tratamiento hubiera sido más satisfactorio.

Ahora en Alemania estoy solo. No me da miedo estar solo, llevo separado muchos años, pero sí estar solo en un país nuevo, del que no conoces su idioma ni su cultura ni nada. Me vine pensando que chapurreando el inglés podría encontrar algo. Y sí que encontré, fregando platos y limpiando mesas. No me importa, es lo que hay, pero el clima, el idioma, la gente, la soledad… todo esto me está causando aún más problemas emocionales de los que ya tenía en España. Ir a un especialista aquí estaba descartado. Si apenas puedo entender a mi jefe, ¿cómo voy a contarle mis problemas a un psicólogo?  No sé alemán, solo cuatro cosas. Mi jefe me habla en inglés. Me cuesta trabajo incluso comprar o conducir, porque no me he hecho a esto todavía. Me veo mayor, viejo; soy un hombre que vive en un país que no le gusta y en el que no quiere vivir, pero que lo hace obligado por las circunstancias. Todo esto me crea todavía más malestar, más agobio, más estrés… Echo mucho de menos a mi hijo y a mis padres… A mis amigos. En fin, lo echo de menos todo de España. Y encima no tengo ni idea de alemán, me resulta muy difícil aprenderlo, me frustro, merma mi autoestima porque me veo incapaz de comunicarme en ese idioma. Hay momentos en los que la situación me sobrepasa, momentos en los que lo dejaría todo y me volvería a España, pero sé que aquí ya no hay nada para mí. Y eso me agobia más, y me entristece.

Un día leí que había psicólogos especializados en migración que hacían terapia por internet. No lo pensé más. Me metí en el enlace que daban y pedí información. Llevo varios meses trabajando con una terapeuta y estoy mucho mejor. Mi ansiedad y mi estrés están controlados, la depresión también, aunque en este caso el tratamiento es más lento. Me dijo la psicóloga que era un proceso constante más prolongado, pero, aun así, ya veo la luz al final del túnel. Gracias a internet puedo hablar con un psicólogo en español y tratar mis problemas de ansiedad.

Para mí, poder recibir asistencia de un psicólogo por medio de internet está resultado muy efectivo, poder hablar con alguien que me entienda, con una profesional de mi país con la que puedo abrirme y contarle lo que me sucede, cómo me siento. Eso no tiene precio. Realmente estoy muy contento. Sé que todavía me queda mucho trabajo por hacer, hay que lidiar con la autoestima, pero sé que, con ella a mi lado, aunque sea a través del ordenador, puedo conseguirlo.

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